El regreso de la serpiente emplumada (El Dios de la Guerra 2) by GRAHAM HANCOCK

El regreso de la serpiente emplumada (El Dios de la Guerra 2) by GRAHAM HANCOCK

autor:GRAHAM HANCOCK [Hancock, Graham]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2016-10-17T22:00:00+00:00


Tozi era experta en mendigar, así que no le costó nada mantenerse durante los nueve días que esperó en Teotihuacán a que empezaran las ceremonias del solsticio de verano. Una multitud de peregrinos visitaba el lugar y, sentada en el Camino de los Muertos a resguardo del sol, al este del muro de contención por la mañana y al oeste por la tarde, sobre su raída esterilla de fibra de maguey, andrajosa, sucia y con cara triste, muchos le regalaban cosas que luego podía cambiar por comida y cama. Como no quería entablar amistad con nadie ni llamar la atención, se alojó cada noche en una casa distinta de los pueblos cercanos: en una construcción anexa, una escalera de entrada, un rincón del suelo de una atestada cabaña de adobe, un cobertizo, un terrado compartido con una familia pobre que hacía el viaje de su vida. No invocó ni una sola vez sus poderes de invisibilidad. Fue innecesario. Había aprendido hacía mucho que era posible hacerse invisible sin necesidad de usar la magia, solo el sentido común. No te destaques, no ofendas a nadie, pasa desapercibida; ésas eran las reglas que había que seguir.

A medida que pasaban los días y el número de visitantes, muchos de los cuales acampaban en los vastos asentamientos provisionales cercanos a las ruinas, iba en aumento, le resultaba más fácil mezclarse, literalmente desaparecer entre el gentío.

El octavo día, un millar de efectivos del regimiento personal de Moctezuma llegaron y acamparon al aire libre delante de la pirámide de la Luna. Establecieron puestos de guardia a intervalos en el Camino de los Muertos. Habían venido para preparar la llegada del Gran Orador a la mañana siguiente y garantizar su seguridad. Mientras, un equipo de hábiles artesanos empezó a construir un pabellón real espléndido en la plaza, junto a la pirámide del Sol. Los ennegrecidos braseros que había entre este y la pirámide, que llevaban un año sellados con gruesas planchas, fueron abiertos y llenados de leña y troncos en preparación para el holocausto.

Las siguientes en aparecer fueron las víctimas sacrificiales, doscientos de los mejores prisioneros de los corrales de engorde de Tenochtitlán, escoltados por otros mil soldados que los mantuvieron estrictamente vigilados mientras los adornaban con pinturas y plumas. Puesto que todas las víctimas eran guerreros apresados en combate, algunos texcocanos y otros tlaxcaltecas, no hubo gemidos ni lloros. Permanecieron firmes durante todo el degradante procedimiento.

Por último, al caer la noche, troupes de payasos, saltimbanquis y bailarines ocuparon su sitio a la luz de las antorchas. Se pusieron a actuar todos a la vez para la gran multitud de peregrinos y visitantes que ya se había reunido con el fin de situarse en los mejores lugares para contemplar los sacrificios del mediodía siguiente. Panderetas, tambores, caracolas y trompetas sonaban con estruendo en una cacofonía que se mezclaba con miles de voces emocionadas que, de vez en cuando, rugían su aprobación por alguna increíble hazaña acrobática. Vendedores de comida con cestas colgadas del cuello ofrecían saltamontes fritos



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